Chanel Y Zeffirelli II

Pasé todos los momentos libres con Chanel. Lo que le mantenía tan interesada en mí era la relación con Luchino. Siempre se esforzaba por averiguar cosas sobre él.

- Una nunca deja de ama a la gente que ha amado – dijo una vez con tristeza -. Aunque la traicionen a una, no es cierto que el verdadero amor se convierta en odio; se convierte en resentimiento, en cólera. Pero el amor que se ha tenido persiste por siempre, no por la otra persona... no, sino por una misma, por ese momento de la vida. Mo importa realmente quién es la otra persona; ese instante tiene una duración eterna.

De pronto interrumpió la línea de pensamiento triste y se puso a hacerme más preguntas sobre Luchino. No dijo por qué, aunque la razón resultaba evidente. Era altiva y recia, y tanto mejor así, dado el mal momento que estaba pasando. Recuerdo que cerca del final de mi estancia fui a la rue Cambom y la encontré en un estado de semilocura. Me llevó un tiempo conseguir que me dijese algo sensato, pero poco a poco se supo que la fuente de su furia era la historia de su perfume, el famoso Chanel Nº5. Se lo había vendido a una firma norteamericana por una suma muy importante, pero ahora resultaba que nunca había entendido el contrato. Se encontraba a punto de sacar otros dos perfumes: uno era Mademoiselle Chanel, el otro Número Trente-et-un, el número de su tienda de la rue Cambom. Ahora descubría que no podía usarlos: al vender sus derechos por el Chanel Nº5, se había comprometido a no crear ningún otro perfume que tuviese alguna relación con su nombre.

- Je suis folle – dijo -. Estuve loca cuando hice eso para esos norteamericanos, nada más que por dinero, por dólares. ¿Por qué lo hice? ¿Por qué? Y huélelo, huele. - Me puso un frasco bajo la nariz y era un perfume increíble, encantador. Todavía puedo olerlo. “Mademoiselle Chanel” era dulce y seco, como el lirio del valle. “Trente-et-un” era cálido y ardiente. Tenía cajones enteros de ellos, que ahora debía destruir. Le pregunté si podía darme uno de cada uno.

- Toma todos los que quieras – dijo, pero de pronto cambió de opinión-. No, por favor, la gente los probará y querrá comprarlos. Vendrán a buscar más, y en cada ocasión será como una puñalada en mi pecho. - Y entonces se puso muy suspicaz. - Es mejor que no – agregó -. Los perfumes como estos son tan memorables... No quiero despertar un día y descubrir que Mademoiselle Chanel se ha convertido en Mademoiselle Dior.

Pero yo me guardé en secreto un frasco de cada uno, pues los perfumes parecían demasiado buenos como para desperdiciarlos. El resto fue a parar literalmente a la alcantarilla.

Sin embargo, Coco estaba mezclada en otras cosas, aparte del perfume. Le interesaban las joyas, y fue una de las primeras en combinar piedras falsas con gemas verdaderas, para poner de moda las “joyas de vestir”. Louis Cartier creó algo parecido a la vuelta del siglo, usando juntas piedras preciosas y semipreciosas, pero nunca utilizó nada que no fuese por lo menos semiprecioso. Nadie se había atrevido hasta entonces a juntar una perla simulada con diamantes verdaderos, o zafiros falsos con otros de verdad, como hacía Chanel.

Cuando me hallaba con ella tenía que recordar que esta dama diminuta, delgada, había sido la amante de hombres poderosos, y la creadora de una forma totalmente nueva de vestirse. Era el centro de casi todo lo artístico de la vida francesa de este siglo, desde Diaghilev y el ballet hasta Picasso y la pintura, y hasta Cocteau y la poesía. Dado lo ocurrido desde entonces, resulta extraño recordar que en ese momento creía encontrarme en la cima de mi ambición. Lo pensaba porque trabajaba para Visconti y era patrocinado por Chanel. Y en verdad era algo poderoso que una persona de veintiséis años estuviese sentada en Fouquet, en los Champs-Elysées, con Coco Chanel.

1 comentarios:

dijo...

Afortunadamente el contrato murió y por eso tenemos perfumes tan maravillosos como Antaeus y Coco Mademoiselle... ¿quién dice que la venganza no ers dulce?